domingo, 11 de abril de 2010

sin acabar....

Subo con ritmo pausadolas escaleras. Me pesan las piernas. El asfixiante calor de estos díasno hace otra cosa sino presionar aun más mis pensamientos. Un sudor frío recorre mi espaldaa en el momento en que alcanzo el rellano del cuarto piso. Observo la distribución de las puertas. Sólo hay tres. Es un edificioantiguo, quizá de finales del siglo XIX o principios del XX, tan característicos de esta ciudad.Los goznes dorados son sencillas figuras que me hacen recordar libors de terror. El timbre del 4ªA es una rendija con un minúsculo botoncito ennegrecido. Lo pulso. Un seco ring me hace volver a la realidad.

La puerta se entreabre chirriando. Una señora, toda ella vestida de un negro inmaculado, y con un canoso moño alto como peinado, arrugada por los años, me dedica una amable sonrisa desde el umbral. "Pasa, te esperaba desde hace tiempo". El aroma a café recién hecho, tan inconfundible, como ese olor a antiguo que se confabula con un mobiliario por el que parece no pasar el tiempo. ¿Realmente ha sido siempre ha sido así? ¿Ha cambado alguna vez el escenario?

Observo con detenimiento. Hay un sofá apolillado frente a una mesa bajita, donde está depositada la batea con una cafetera de porcelana junto a unas pastas. Sonrío. Las galletitas de frambuesa siempre fueron mi perdición.

Veo en el fondo de la sala un cuadro con una marina, y un velero de fondo. Paz. Todo cuanto me rodea me llena de ella. El marco de la ventana, de una tonalidad oscura, retumba por el edificio por un intenso tráfico que hay a esta hora punta de la tarde. No paece real lo que vivo aquí y lo que es el mundo exterior. Una vez más sonrío.

Nos sentamos uno junto al otro. Sirve el café con gran elegancia. Humea. El aroma inunda toda la estancia, y mis sentidos se embriagan. Giro la cabeza y me encuentro con una profunda mirada donde unos ojos de color azul intenso, escondido tras unas gafas de ontura destartalada me examinan. Con mi mano derecha alcanzo una de las pastas y me la llevo a la boca. Justo en ese momento comienza a hablar:

-¿Qué necesitas saber? Ya hace tiempo que sabía que vendrías, aunque comenzaba a perder la esperanza. Deconozco su paradero, eso lo deberías suponer. Aunque si te puedo ayudar. Cuando ocurrió todo, ella vino aquí. Y fueron muchos los días en los que conversamos. Nunca me insinuó donde iría.

En ese momento un gato color canela cruzó pausadamente la sala para posarse con docilidad en el regazo de la señora. Con su temblorosa mno lo acarició sobre el lomo, brillando un anillo de oro blanco en su dedo anular. El destello me hizo rememorar algo que creí tener olvidado y enterrado en mi memoria perdida. Mi pierna izquierda comenzó su peculiar baile, arriba-abajo, como si de un paso d fúnebres nervios que prcedieran aun sentimiento de vacío se tratara. Ahora sabía que todos los esfuerzos para llegar a ella eran valdíos. No la encontraría. Se incumplió la promesa que una noche nos hicimos. Nunca nos abandonaríamos el uno al otro. Fui yo el que dio el primer pas.

En ese instante noté como su mano se posaba sobre la mía. Me volvió a mirar fijamente y me dio un sobre lacrado con mi nombre escrito. Sabía que era de ella. Ponía una fecha, día y mes, pero no año. No lo ´conseguía entender, sabía el significado de la data, pero no por qué carecía de año.

-"Me dijo que te lo diera cuando llegases, pero que no lo abrieses hasta ese día, que tú lo entenderías".

Una lágrima emergió de mi ojo. Y le siguió otra. ¿Cuando fue la última vez que lloré? Sí, creo saberlo. Pero aún faltabas algunos meses y la paciencia nunca fue mi mejor virtud. Pero debía cumplir. Me quedaba un largo camino por recorrer, donde debía aprender de las situaciones, como ésta, en las que la vida me enseñaba que todo no era de un color negro o blanco, sino que todo serían matices.



Me guardé el sobre en el bolsillo de atrás de mi vaquero. Me sequé la lágrima y miré a la señora. Sí, claro que sabía porque lo hacía, ahora debia continuar mi camino, todo el esfuerzo hasta llegar aquí no me valía de nada. Me acabé el café, le di las gracias a la señora, y salí hacia un futuro incierto. Ahora me tocaba redescubrir mi mundo, mirar hacia dentro en soledad, ella no volvería hasta que lograra entenderla.

Bajé despacio las escaleras, el aroma ya no me abandonaría nunca. Quizá fuera este el momento que tanto me habló ella, ese en el cual uno sabe que las decisiones no vienen porque queramos, sino dadas por jugadas de un caprichoso destino. Mi mochila era mas liviana, o eso me pareció. tenía dinero, pero no sabía donde ir. Crucé la calle, me fui andando hasta la primera para de bus que me topé y cogí uno sin saber bien a donde me llevaría.

Me bajé en una gran avenida. Paseé bajo los árboles, lloré en silencio, no quería pensar, pero no era capaz de hacer otra cosa. Vi una cafetería de esas que parecen salir de los libros de finales del siglo XIX, me senté en una mesa escondida, con su marmol envejecido y rallado, con marcas de quienes quisieron dejar su huella por aquí.

Me pedí una tila, los nervios aún estaban engarrotados. Saqué mi pequeña libreta de viaje, apunté las ideas que me venían, quizá mi próximo destino, puede que un pueblo alejado de todo, en plena sierra, para olvidar y reencontrarme. Si, esa sería la mejor decisión. No se porqué, me fijé en los cuadros que había en el bar, todos antiguos, ninguno era original, estaba claro, incluso algún cartel enmohecido por el pasar de los años. Y me vino a la memoria una aldea de la que me hablaron hace un tiempo. ya sabía cual era mi próximo meta. Pero sobre todo, que necesitaba.



  • Busco una pequeña pensión donde quedarme. Necesito descansar, han sido emociones demasiado fuertes, la esperanza se me desvanece por momentos, la ilusión del reencuentro ha muerto. Quizá debiera haberlo previsto todo, las señales hablaban claro, pero no las percibí. Cuando se fue, no supe porque, no entendía nada, ella se fue de la noche a la mañana, sin ninguna explicación, o eso creí. Ahora si veo más claro las cosas, ella siempre supo que lo nuestro era una historia con un fin, yo no.

    Me tumbo en la cama, cierro los ojos, y su imagen se me viene. Es como una pesadilla, el mismo sueño que tenía antes de conocerla, lo tengo ahora despierto, pero sabiendo que se fue. La justicia del universo, de la madre tierra o de lo que fuera había sido irónica conmigo. Rocé con los dedos la magia, el amor, viví momentos únicos, la inspiración me llegaba a cada segundo, todo conspiraba para mi, y de un día para otro, se fue, se extinguió la magia, ella se marchó de mi vida. Han pasado años, es cierto, tres años que me han hecho madurar, sin saber nada de ella, pero que me han hecho emprender mi sino.

    Di un salto de la cama, me di una ducha, me afeité, aunque decidí dejarme una incipiente barba.De la maleta cogí unos pantalones y una camisa, los zapatos y me fui a tomar algo al bar que había en la esquina de la calle. Era un sitio curioso, se mezclaban gente de muchos estilos, no había silencio, estaba abarrotado, pese a ser poco mas de las nueve de la noche. Vi un hueco en la barra, me senté y pedí una cerveza bien fría. De tapas probé lo que me recomendaron, no tenía ganas de pensar.

    A mi lado había sentado una chica que tendría unos años más que yo. Parecía insimismada en sus cosas, pero me miró con una sonrisa que me dejó algo extrañado. Su cara me era familiar, aunque era seguro que jamás la había visto. Aproveché para encenderme un cigarro, y ella me pidió fuego. Así comenzamos a hablar. Sus ojos denotaban tristeza, melancolía. Pero sus labios inspiraban alegría, y su voz, su voz era una melodía.

    Nos sentamos en una de las mesas, conversamos, hablamos de todo un poco, hasta que le conté mi historia, como me había desengañado del amor. Me intentó animar y decirme que todo tenía un por qué y un momento. Empezó a descubrirme lo que ya conocía, que todo gira alrededor de algo, solo que no vemos las señales. Esas mismas que no vi, y que ahora quiero empezar a percibir. Le pregunté que pensaba de eso, de que el universo conspire para darnos el poder de ser libres, y su respuesta fue concluyente para lo que después haría.


  • -"Todo está escrito, pero nada sigue un canon. Sólo hay que saber leer las señales, aunque tarde o temprano el destino nos llega, de una forma u otra. Somos esclavos de nuestros actos, pero también dueños de los errores. Somos libres al decidir el camino, sin embrago, la meta ya se decidió mucho antes de nosotros nacer".

    Callé, no había otra que hacer sino reflexionar sobre lo que me decía. Sí, claro que tenía razón, desde luego eran cosas que sí pensaba, pero quizá no me había parado a profundizar.

    Me encendía el enésimo cigarro, la conversación giraba en torno al destino, a lo que el pasado marcaba y porque lo hacía. Todo lo que nos ocurría tenía un porqué, y nos conducía a algo que, nos gustara o no, iba a ser nuestro futuro. Empezaba a entender porque se fue, porque no daba señales de vida. Sí, todo estab escrito. Y su "fuga", también.

    Le conté a mi contertulia que desde que se fue, sentía un gran vacío, por eso lo dejé todo para ir en busca de ella, pero que sin embargo, ahora veía que quizá no tenía sentido buscarla, ella se fue, y yo tenía que seguir mi camino, o como leí en un libro, mi leyenda.

    -¿Sabes?, le decía. Cuando la conocí, nunca pude imaginar lo que cambiaría mi vida por ella, y para ella incluso. He hecho cosas que nunca creí ser capaz. fueron unos meses maravillosos, pero se fue, y lo que aprendí, se quedó en el fondo. Sólo el tiempo me ayudó. No entiendo aún muchas cosas, pero ...

    Me interrumpió el camarero, con cara de pocos amigos, diciendo que iban a cerrar, que eramos los últimos clientes, y que por favor, abonaramos la cuenta y nos marcaharamos, que hacía una hora que estaban recogiendo.

    Se me subieron los colores, pagamos, y nos salimos. Me dijo de un sitio en el que podíamos hablar, un pub cercano. Fuimos hasta allí, nos pedimos un par de copas y continuamos con nuestra trascendental conversación. Reimos, nos pusimos serios, hablamos de todo, parecía que nos conocieramos de toda la vida, hasta que nos dio el amanecer en un parque. Nos fuimos a tomar café con churros, o chocolate, más bien, y entonces fue cuando decidimos pasar un par de dias juntos. Total, ninguno de los dos tenía planes más allá de mañana.



Fuimos dando un paseo. No se como sucedió, pero el deseo se apoderó de nosotros en ese mismo momento. Nos besamos apasionadamente, solo hizo falta una mirada. ¿Conexión? Sí, sería eso, el caso fue que estábamos en medio de la calle, la gente paseando, yendo al trabajo y nosotros como quinceañeros que descubren el comienzo sexual.

Al llegar a mi habitación, fuimos desprendiéndonos de ropa, a la vez que conversábamos sobre mil y una historia pasada. Así me enteré que ella era casada, pero estaba fuera por motivos médicos. Sólo de paso. No fue sexo por sexo, fue algo más. Nos tumbamos en la cama, unidos, mirándonos como dos buenos amigos, sintiendo el furor del acto y la necesidad de cariño y comprensión.

Al terminar, ya cerca de la hora de comer, no nos vestimos, simplemente nos quedamos hablando, dandonos la mano y tapados por la sábana medio rohida con la fina manta en el suelo. Su voz, aniñada y angelical, m daba una paz única. Sus ojos me miraban con dulzura. Su sabiduría me estremecía. Mi mente volvió al comienzo de mi camino.

Le dejé algo de ropa, para no tener que ir a buscar nada de la suya, y salimos a la aventura de buscar algo de comer en esta ciudad semidesconocida para ambos. Entramos en una cafetería que tenía todo el aroma del antiguo siglo XX, con posters de Hombres G, Madonna, y varios de esos artistas que nos sacaron una sonrisa adolescente.

Pedimos dos cañas y un par de pinchos, y seguimos donde dejamos todo. Ella me contó que se casó joven, muy enamorada, pero que los años no perdonaban. Todo iba perdiendo fuego, pero jamás, hasta esa mañana, le haía sido infiel. Me quedé asombrado, no entendía porque conmigo sí, con un desconocido. Me miró a los ojos, y me sonrió. "En una vida anterior, ya te dije que volveríamos".

La reencarnación volía a mi. La descubrí con 15 años, en un libro que perdí. Es parte de mi legado, de mi mismo, el péndulo de las almas. Así le describí como he ido conociendo personas que me recordaban algo, sin saber qué. Ella, con su enigmática sonrisa, me contestó que eso era la historia, que yo era parte de la suya, como ella de la mí. Era el fin de un ciclo. Comenzaba otro.

"Mira esa flor, y dentro de 100 años, volveremos aquí juntos, y ya no estará, pero seguro que nosotros sí, pues es un paralelismo que no se puede romper, en cada vida, racerás en mis brazos, como yo en los tuyos, pues gemelos somos, en el alma creadora"

Nos miramos, y seguimos andando. Ella me dijo que nunca terminó de estudiar, pero si se cultivó en mil y una arte, la lectura, el coversar, le daba vida. Me agarró mi mano, y me dijo: "Pasarán años hasta que nos volvamos a ver,pero la huella queda grabada a fuego en mis ojos, pues de la nada apareces, en el todo me conviertes. Me has dado el amor efímero que todo lo llena, has llegado al fondo de mí, pues la pureza de un beso, culmina la felicidad de una vida"

Sus ojos negros se llenaron de lágrimas, su oscuro pelo, suelto sobre sus hombros, sus mofletes rojos de la emosión, sus labios empequeñecidos no acertaban a decir nada más. Le cogí de los hombros, le besé la frente, y como pude, le sonreí. Dulce, amable, bondadosa, era una mujer frágil que lo tenía todo, menos a ella misma.

"Mira el sol en su esplendor, prque cada vez que esté así, te reocrdaré". Me miró, me abrazó, y seguimos caminndo entre ese mar de personas sin rumbo que caminan por ciudades sin alma. Nos sentíamos naufragos en una isla de materialismo, sabiéndonos dichosos del momento, consicentes del prematuro adios, felices del retorno a la realidad, a la cruda vida que hay en el coraón de los solitarios que ya jamás podremos ser.

Nos sentamos frente a un estanque lleno de patos. Los niños jugaban, reían, no muchos, pero si los justos para hacernos recordar una infancia ya alejada. Nuestras vidas pasaron por delante, cada uno viendo el cuento de nuestra historia, palabras furtivas de un ayer, que nos trajeron el atardecer de ese primer día.